Texto escrito en Agosto del 2012
Llevaba un mes en el Tibet y la vuelta a Madrid se me hacía insoportable. No solamente ante la perspectiva de que me quedaban dos días para incorporarme a esa maldita oficina y al tedio de la rutina laboral, sino también ante la dura perspectiva de que se habían terminado mis vacaciones y después de un mes fuera de casa nadie estaba en ese Madrid de caluroso asfalto reconcentrado para recibirme. Intenté buscar a alguien wasapeando a todos mis amigos (que afortunadamente no se cuentan con los dedos de las manos) pero se quedó en un intento fútil de búsqueda de afecto y calor humano, ya que los mensajes tipo: estoy en Asturias, Lanzarote, la sierra, retiro de Yoga y hasta Singapur se sucedían por mi móvil.
Nadie estaba aquí para recibirme, abrazarme, decirme que me había echado de menos y sobretodo escuchar todas aquellas cosas que me habían pasado en el Tibet y que imperativamente, necesitaba compartir con alguien.
Fuera como fuese traté de concentrarme en todas aquellas comodidades materiales que rodean mi vida y me habían faltado en el Tíbet, aquellos lujos cotidianos que tanto había echado de menos: mi ducha con abundante agua caliente, mi despensa llena de chucherías, mi maquina de café que con sólo darle a un botón elaboraba un café delicioso… mi mullido sofá, internet con acceso al facebook (El gobierno chino en su política tan abierta y poco controladora, había restringido mi acceso junto al acceso de unmillónquinientosmil chinos) y mi estantería repleta de libros de metafísica, mi principal forma de distracción que tanto había echado de menos.
Así que agarré un libro taoísta titulado “mujeres sin miedo” y me fui a comer a una terracita de Lavapies con mi libro. Es curioso como después de haber echado de menos la comida española acabé comiendo sola en una terraza de un restaurante libanes con un libro de metafísica oriental.
Allí estaba, sola en Madrid en agosto con unos insoportables 36 grados… me acababa de quedar sola sin nada que hacer… después de llevar un mes rodeada de gente y actividades. Pero ahí estaba lavapies, ese barrio multicultural, colorido, mugriento y sucio, antiguo, romántico y hasta hippie del centro de Madrid.
Ese barrio caracterizado por sus restaurantes indios, por su mestizaje por la mezcla de razas que llenan sus calles, por sus terrazas multicolor.
Vi pasar a una chica con un perro de tres patas, el animal mantenía el equilibrio como buenamente podía y ella se afanaba en aparentar normalidad.
Diría que era una prostituta o al menos eso me parecía si me aventurase a hacer un juicio, cosa que estoy tratando de dejar que hacer. Pero había algo bonito en ver a esa chica y un perro cojo pasearse juntos. Me transmitieron mucho amor…
Y sonreí pensando en Lavapies, en como en ese lugar ocurrían cosas increíbles, … Los yonkis, los punkis, las señoras mayores de delantal, los pijos modernos… los subsaharianos, pakistaníes, latinos…los hippies, los artistas y aquellos que buscábamos una vida mejor en Madrid convivían en ese barrio mugriento en perfecta armonía.
En Lavapies se respira amor. Se respira tolerancia, se respira diversidad, se respira trasgresión… diferencia y un pequeño toque de rebeldía… eso especialmente…un toque picante de inconformismo con el sistema pero desde la felicidad.
Trabajo en una multinacional farmacéutica, uno de esos monstruos feroces que conforman lobbys a nivel mundial y son más poderosos que muchos países. Uno de esos lugares en los que puedes sentir que por la mera pertenencia todas tus necesidades materiales están cubiertas incluido las futuras (léase plan de pensiones)
Me gusta el dinero y me gusta pensar que mis necesidades materiales están más que cubiertas pero mi trabajo no me hace feliz. Supongo que por eso me siento tan bien estando en Lavapies que es la antítesis del sistema que alimento con mis energías día a día. Es mi manera de revelarme. Es mi manera de escuchar mi alma y comulgar con ella.
Fue en el Tibet donde decidí que como dueña y soberana de mi vida, que los días haciendo el parias en una “multi” farmacéutica estaban contados. Aunque eso supusiese renunciar a la mitad de mis comodidades materiales. Se trataba de mi felicidad y eso no es negociable, ni intercambiable por nada material.
Pues como decía mientras mis compañeros de trabajo se tomaban cañas en la Moraleja que para quien no lo sepa es el Beverly Hills de Madrid… pues yo disfrutaba de mi vida en Lavapies
Y sonreí pensando en el 15M, en esos días mágicos en que nos echamos a la calle en clave de amor y respeto diciendo basta ya…Sé que los medios acuñaron el término perroflauta y vendieron una imagen que para nada se correspondía con el inicio del movimiento si bien para muchos el movimiento degeneró en perroflautismo y desde mi punto de vista se disolvió en un mar de egos e intereses individuales. Pero yo viví un comienzo mágico, casi místico y puedo decir que me siento muy orgullosa de ese comienzo, de ese arranque de energía vital constructiva, de esa respuesta de la sociedad española al capitalismo salvaje y a los desmanes de la clase gobernante.
Vibramos en clave de amor en esa plaza.
Recuerdo a mi amiga Sara entonar el “Feliz mundo nuevo” a las 12 de la noche después de las campanadas de la puerta del sol, emulando unas campanadas renovadoras sin uvas pero llenas de esperanza… El video salió en las televisiones de medio mundo y creo que todavía anda rondando por youtube, sólo pensar lo felices y capaces de cambiar el mundo que nos sentimos en ese momento ya evoca en mi pura felicidad…
Y volviendo a Lavapies, donde sino es allí, iban las mujeres del lugar a salir con ollas repletas de cocido, lentejas y bocadillos para proveer a todos aquellos que habían decidido pasar la noche en Sol. Y mientras organizábamos asambleas, comisiones y subcomisiones, mientras nos sentíamos capaces de cambiar el mundo y lo más importante le dábamos un sentido a nuestras vidas, las vecinas sexagenarias de lavapies se organizaban para darnos de cenar.
Lavapies… y fue en Lavapies donde los vecinos del barrio se organizaron para echar a la policía del mismo por pedir documentación a extranjeros subsaharianos y por increíble que parezca fue en Lavapies donde se impidió la deportación de algunos de ellos..
Fue en Lavapies donde se celebraron las victorias de la selección española con moros, chinos y negros vestidos con gorras y bufandas con la bandera de España y fue en Lavapies donde finalmente me sentí en casa en ese Madrid impersonal al que llegué cuando tenía 27 años después de mi periplo en el extranjero.
Fue en Lavapies donde arrancó la Tabacalera, (antigua fábrica de tabaco, cedida por el ayuntamiento de Madrid y autogestionada por diversos colectivos) lugar que rebosaba creatividad, espacio común de encuentro y en el que me sentía como en la Alemania tolerante, moderna y cosmopolita que conocí a mis 20 años durante el Erasmus…ese lugar en el que me volví a sentir la veinteañera transgresora que dejo su Oviedo natal llena de sueños y nunca pensó que acabaría de mercenaria del sistema.
Fue en lavapies donde dos meses antes había celebrado mi cumple de 33 años rodeada de mis amigos y de puro amor.
Y fue en lavapies donde ese sábado 18 de agosto de 2012 me sentí libre y feliz de estar de nuevo en Madrid, en mi Madrid y donde a pesar de sentirme sola y perdida hallé paz!
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